25 de septiembre de 2009
18 de septiembre de 2009
Volvamos pa' Catamarca!!!!
Y si, la marcha fue dura......pero desde el comienzo nomás!!!!...ahí va un relato de algunos momentos claves:
Llegando a Catamarca:
Cinco ebrios esperaban al roquero,
iban preparandose pa'hacerle el funeral,
salió primero en Chevallier desde retiro,
y a Catamarca le llevó tres horas más......
A las dos de la tarde, ya tenían los ojos desorbitados de tantas chicas lindas, y ahí llegó el cabeza dura (o cintura dura) en el "cómodo" y "rápido" de Chevallier. Nos esperaban otras 10 horas enlatados hasta Antofagasta de la Sierra.....que dolor de huevos!!!!.....y que olor también!!!...si superábamos la docena...seis tipos, más Marcelo, el dueño de la kangoo.
Aclimatando en Antofagasta:
Después de una noche bajo techo en la casa de Aníbal, empezamos a practicar eso de andar sobre arena como para ir aclimatando. Una vueltita por las lagunitas al pie del volcán Antofagasta nos dejó medio forfai......y eso que íbamos sin carga. Por la noche, ultimamos detalles de la travesía en una cena con Aníbal. Lápiz y papel de por medio, nos garabateó con gran detalle una imagen satelital que se sabía de memoria, los posibles caminos a seguir y hasta la firmeza del terreno. Luego de un intercambio de experiencias en montaña, nos quedó bien claro que Aníbal era del palo, pero al eXtremo, "Aníbal, el number one" desde entonces. Con total humildad nos propuso que le avisáramos una próxima vez para poder sumarse a nuestra eSperiencia......ahí nos dimos cuenta que no entendió bien lo de los viajes eStremos....
Perdiendo el nivel:
Rajamos tempranito la mañana del domingo. Un cartel nos daba aviso de no superar los 60, 40km/h.......enfocando la vista hacia el infinito se veía que era imposible incluso llegar a los 5km/h. Algunos de nosotros se perdieron como puntos en la lejanía de una ruta que nunca supimos si subía o bajaba. Nos perdimos en el horizonte y no había GPS que nos diera el nivel.
Alguno intentó volar, pero era pichoncito en esto, sus alas tenían pocas plumas, y aterrizó pronto con la cruda realidad de que el viento soplaba en contra de lo que el gurú predijo. Otro comenzó a entrar en pánico con la falta de agua....y eso que era nuestro primer día de camino.
Mientras, la arena y los serruchos se nos metían en los ojos y el toor. El camino se desdibujaba más adelante, se hacía, se multiplicaba, se borraba y se malinterpretaba a piaccere. Surgieron los caciques, alguno más armado que otro para interpretar la huella a su manera, y los indios, salvo algún valiente explorador en la punta (pichón de cacique), en fila rogando que el jefe haya sido iluminado o al menos que no sufra de delirium tremens por deshidratación. Por suerte, casi a última hora nos cruzamos con unos mineros que andaban pelotudeando (lo digo por experiencia), y ni lento ni perezoso, Damián les incautó 6 litros de agua.....el color le volvía a la pelada.
Remontando olas de arena y pómez:
Después de unas horas de bici-caminata a la deriva en un terreno cada vez más complicado, nuevamente nadábamos en la abundancia cuando Damián consiguiera por segunda vez más agua para los náufragos. Esta vez les tocó a unos turistas rosarinos y su guía que remontaban la pendiente en una 4x4.
Más tarde nos daríamos el lujo de un chapuzón en un mar de olas petrificadas, embravecidas con el pasar del tiempo por el intenso y antiguo soplar del viento. Nuevamente el camino nos jugaba un zigzagueante y movedizo porvenir, nos confundía con su viboreante desdibujo, burlaba el moderno sextante satelitario, nos dividía para que el océano de arena nos devorara uno a uno.
Ahora, perdiendo el rumbo y casi la cabeza:
Los trazos en el papel, las señales, las palabras, ....todo se hacía confuso. Perdimos el rumbo y parece que alguno también la cabeza......Damián se empeñaba en nombrar las referencias de un tal Arturo de Antofagasta. Evidentemente la sombra de la deshidratación nos pisaba los talones y nos ponía en la disyuntiva de que rumbo seguir. Dos caminos, o el mismo, o acaso más, si pasar por el arenal, o trepar aún más....la duda, la eterna duda de a quien seguir. Pero triunfó el compañerismo, esta vez las sílfides que batían el viento cada vez con mayor fuerza no lograron dividir la caravana. Héctor hacía punta de lanza y abría una herida en las olas de arena para que el grupo avanzara. Donmatus cerraba el surco para que los Apus no se enojaran. El portezuelo se dibujaba más rápido en nuestras mentes que en el horizonte, llegó lento a última hora. Una ofrenda de agua para la madre tierra y empezamos a bajar con la furia de Eolo detrás nuestro. El héroe del día fue Héctor, quien hasta tarde siguió reclamando su prometida doble ración, y viendo que todos nos contentábamos con resguardarnos del viento y la arena para reponernos del esfuerzo, lo escuchamos merodear y roer en nuestras alforjas hasta entrada la noche.
Bajando a tropezones:
El descenso fue largo y a tropezones, en medio de una tormenta de arena. No hubo pichón que se le animara al zonda, que esta vez sí soplaba a favor y como el gurú decía. Suficiente maltrato nos daba la lluvia de arena, que castigaba, nos roía, nos mandaba al diablo con sus latigazos caprichosos. Dejamos las entrañas de los cerros amoratando las palmas y los dedos de las manos contra el timón y el freno de nuestras barcas. El andar se fue haciendo progresivamente suave y placentero. El olor a vida de los montes dibujó sonrisas nuevamente en los rostros curtidos de los aventureros.........habíamos cruzado!!!, y llegábamos agotados a buen puerto bajo el tenue brillo de la luna.
La epopeya anterior nos es imaginación de un Homero cualquiera. Acá van unas fotografías acompañadas de una canción de Jorge Cafrune que cae muy bien para la ocasión.
Llegando a Catamarca:
Cinco ebrios esperaban al roquero,
iban preparandose pa'hacerle el funeral,
salió primero en Chevallier desde retiro,
y a Catamarca le llevó tres horas más......
A las dos de la tarde, ya tenían los ojos desorbitados de tantas chicas lindas, y ahí llegó el cabeza dura (o cintura dura) en el "cómodo" y "rápido" de Chevallier. Nos esperaban otras 10 horas enlatados hasta Antofagasta de la Sierra.....que dolor de huevos!!!!.....y que olor también!!!...si superábamos la docena...seis tipos, más Marcelo, el dueño de la kangoo.
Aclimatando en Antofagasta:
Después de una noche bajo techo en la casa de Aníbal, empezamos a practicar eso de andar sobre arena como para ir aclimatando. Una vueltita por las lagunitas al pie del volcán Antofagasta nos dejó medio forfai......y eso que íbamos sin carga. Por la noche, ultimamos detalles de la travesía en una cena con Aníbal. Lápiz y papel de por medio, nos garabateó con gran detalle una imagen satelital que se sabía de memoria, los posibles caminos a seguir y hasta la firmeza del terreno. Luego de un intercambio de experiencias en montaña, nos quedó bien claro que Aníbal era del palo, pero al eXtremo, "Aníbal, el number one" desde entonces. Con total humildad nos propuso que le avisáramos una próxima vez para poder sumarse a nuestra eSperiencia......ahí nos dimos cuenta que no entendió bien lo de los viajes eStremos....
Perdiendo el nivel:
Rajamos tempranito la mañana del domingo. Un cartel nos daba aviso de no superar los 60, 40km/h.......enfocando la vista hacia el infinito se veía que era imposible incluso llegar a los 5km/h. Algunos de nosotros se perdieron como puntos en la lejanía de una ruta que nunca supimos si subía o bajaba. Nos perdimos en el horizonte y no había GPS que nos diera el nivel.
Alguno intentó volar, pero era pichoncito en esto, sus alas tenían pocas plumas, y aterrizó pronto con la cruda realidad de que el viento soplaba en contra de lo que el gurú predijo. Otro comenzó a entrar en pánico con la falta de agua....y eso que era nuestro primer día de camino.
Mientras, la arena y los serruchos se nos metían en los ojos y el toor. El camino se desdibujaba más adelante, se hacía, se multiplicaba, se borraba y se malinterpretaba a piaccere. Surgieron los caciques, alguno más armado que otro para interpretar la huella a su manera, y los indios, salvo algún valiente explorador en la punta (pichón de cacique), en fila rogando que el jefe haya sido iluminado o al menos que no sufra de delirium tremens por deshidratación. Por suerte, casi a última hora nos cruzamos con unos mineros que andaban pelotudeando (lo digo por experiencia), y ni lento ni perezoso, Damián les incautó 6 litros de agua.....el color le volvía a la pelada.
Remontando olas de arena y pómez:
Después de unas horas de bici-caminata a la deriva en un terreno cada vez más complicado, nuevamente nadábamos en la abundancia cuando Damián consiguiera por segunda vez más agua para los náufragos. Esta vez les tocó a unos turistas rosarinos y su guía que remontaban la pendiente en una 4x4.
Más tarde nos daríamos el lujo de un chapuzón en un mar de olas petrificadas, embravecidas con el pasar del tiempo por el intenso y antiguo soplar del viento. Nuevamente el camino nos jugaba un zigzagueante y movedizo porvenir, nos confundía con su viboreante desdibujo, burlaba el moderno sextante satelitario, nos dividía para que el océano de arena nos devorara uno a uno.
Ahora, perdiendo el rumbo y casi la cabeza:
Los trazos en el papel, las señales, las palabras, ....todo se hacía confuso. Perdimos el rumbo y parece que alguno también la cabeza......Damián se empeñaba en nombrar las referencias de un tal Arturo de Antofagasta. Evidentemente la sombra de la deshidratación nos pisaba los talones y nos ponía en la disyuntiva de que rumbo seguir. Dos caminos, o el mismo, o acaso más, si pasar por el arenal, o trepar aún más....la duda, la eterna duda de a quien seguir. Pero triunfó el compañerismo, esta vez las sílfides que batían el viento cada vez con mayor fuerza no lograron dividir la caravana. Héctor hacía punta de lanza y abría una herida en las olas de arena para que el grupo avanzara. Donmatus cerraba el surco para que los Apus no se enojaran. El portezuelo se dibujaba más rápido en nuestras mentes que en el horizonte, llegó lento a última hora. Una ofrenda de agua para la madre tierra y empezamos a bajar con la furia de Eolo detrás nuestro. El héroe del día fue Héctor, quien hasta tarde siguió reclamando su prometida doble ración, y viendo que todos nos contentábamos con resguardarnos del viento y la arena para reponernos del esfuerzo, lo escuchamos merodear y roer en nuestras alforjas hasta entrada la noche.
Bajando a tropezones:
El descenso fue largo y a tropezones, en medio de una tormenta de arena. No hubo pichón que se le animara al zonda, que esta vez sí soplaba a favor y como el gurú decía. Suficiente maltrato nos daba la lluvia de arena, que castigaba, nos roía, nos mandaba al diablo con sus latigazos caprichosos. Dejamos las entrañas de los cerros amoratando las palmas y los dedos de las manos contra el timón y el freno de nuestras barcas. El andar se fue haciendo progresivamente suave y placentero. El olor a vida de los montes dibujó sonrisas nuevamente en los rostros curtidos de los aventureros.........habíamos cruzado!!!, y llegábamos agotados a buen puerto bajo el tenue brillo de la luna.
La epopeya anterior nos es imaginación de un Homero cualquiera. Acá van unas fotografías acompañadas de una canción de Jorge Cafrune que cae muy bien para la ocasión.
17 de septiembre de 2009
Suscribirse a:
Entradas (Atom)